Que del amor al odio hay un paso, nos lo dice la sabiduría popular. Pero que del amor a la locura la línea es también extremadamente delgada lo demostró la Reina Juana I de Castilla, a quién la historia y las leyendas populares dieron el sobrenombre de La Loca.
Por amor, embarazada y de luto recorrió durante meses Castilla con el féretro de su esposo. Una Santa Compaña que atravesaba de noche los campos camino a Granada, donde Juana, incapaz de separarse del cuerpo de su amado, quería cumplir la voluntad de Felipe I El Hermoso: descansar junto a Isabel I La Católica.
Amor y tragedia acompañaron a Juana I de Castilla toda su vida. Tercera hija de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón; Juana I de Castilla llegó a ser la primera Reina de España, después de la muerte de sus hermanos, Juan e Isabel, y del hijo de esta, el infante Miguel, quedando Juana como primera en la línea de sucesión. Tras el fallecimiento de Felipe, su padre la recluiría en Tordesillas, alegando la locura de su hija y dejándola allí hasta su muerte.
Pero más allá de la imagen de locura que la historia nos ha transmitido, la figura de Juana va mucho más allá. Ya desde niña, su madre se encargó de que recibiera una educación muy estricta basada en las enseñanzas del latín y en la religión católica; tal era su devoción por Dios que incluso quiso meterse a monja.
Sin embargo, los Reyes Católicos tenían otros planes para Juana. Por motivos políticos y estratégicos, la infanta fue enviada a Flandes para contraer matrimonio con el archiduque Felipe de Austria, hijo de Maximiliano I de Austria, emperador del Sacro Imperio Germánico y María de Borgoña. Una alianza que tenía como objetivo el aislamiento del principal país enemigo, Francia.
De esta forma, muy a su pesar, Juana abandonó España con sólo 16 años y tras pasar alguna que otra desdicha por mar, finalmente llegó a Flandes para conocer al que sería su futuro esposo, Felipe. Al verse fue amor, o más bien, pasión a primera vista, según demuestra el hecho de que se casaron el mismo día de conocerse, ya que ambos querían consumar el matrimonio de inmediato. El enlace oficial se celebró una semana después en la catedral de Bruselas.
En noviembre de 1498 nace su primogénita, Leonor, en Lovaina. Algunos consideran que este alumbramiento fue el inicio de los escarceos amorosos del archiduque con las damas de la corte. Ello exacerbaría los celos de Juana, que comenzaba a notar la falta de interés de Felipe. Dos años más tarde, en 1500, nacería en Gante su hijo Carlos, futuro emperador de España y Alemania. Este nacimiento fue cuanto más curioso ya que Juana dio a luz en unas baños durante una fiesta a la que acudió para vigilar a su esposo.
A partir del nacimiento de Carlos, surgieron los primeros rumores sobre la supuesta locura de Juana, causada por los celos que le provocaban las infidelidades de Felipe. En 1501, nació su tercera hija, Isabel. Un año después, Juana viajó con su esposo a España para ser proclamados Príncipes de Asturias. Durante su estancia en nuestro país, y con Felipe de regreso Flandes, Juana dio a luz en Alcalá de Henares a su cuarto hijo, Fernando. Tras el parto, quiso reunirse con su esposo; pero la reina Isabel se lo impidió para tratar de controlar los problemas de su hija. No obstante, después de un tiempo, Juana acabó partiendo a Flandes.
Isabel La Católica murió en noviembre de 1504 y, tal y como dejó escrito en su testamento, Juana fue proclamada reina de las coronas de Castilla y Aragón, como primera ya en la línea sucesoria. Su padre Fernando se ocupó de la regencia durante la ausencia de Juana y Felipe. A su regreso, nacida ya la infanta María, comenzaron las disputas entre suegro y yerno. Fernando no era partidario de que Felipe ostentara la corona apoyándose en la incapacidad de Juana para gobernar. Finalmente, en 1506, ambos firmaron un documento, la Concordia de Villafáfila, por el que Felipe de Austria pasaba a ser único rey de Castilla.
Desgraciadamente, la vida de Felipe como monarca no duró mucho. En septiembre de ese mismo año murió en Burgos a causa de unas fiebres ocasionadas por la ingesta de agua fría tras un partido de pelota. También se dice que fue envenenado, hecho nunca corroborado. El peregrinaje de Juana con el féretro de Felipe por Castilla la llevó a Torquemada (Palencia), donde dio a luz al sexto y último de sus hijos, una niña llamada Catalina.
La inestabilidad anímica de la reina precipitó que el Cardenal Cisneros pidiera a Fernando que volviera a ser regente de Castilla, y una vez en el puesto, el repuesto Rey recluyó a su hija en un convento del municipio vallisoletano de Tordesillas en 1509.
La Reina pasó su cautiverio vestida de negro y acompañada de su hija Catalina. Sólo salía para visitar el ataúd de Felipe, y se dice que incluso dormía con la llave del féretro en el cuello. Sus problemas no mejoraron y ella y su hija eran menospreciadas por el servicio y su hijo Carlos apenas la visitaba.
Durante su reclusión, tuvo lugar el famoso levantamiento de los comuneros de Castilla que reclamaban a Juana como Reina propietaria del Reino. Sin embargo, ella no quiso participar en el conflicto, por lo que su hijo Carlos, aprovechó para proclamarse Rey de Castilla y Aragón, manteniendo el título de Reina a su madre.
Tras 46 años de encierro, Juana I de Castilla murió el 12 de abril de 1555. No tuvo una vida de princesa en un cuento de hadas, sino que sufrió el amor no correspondido de su esposo Felipe, además de la traición de su padre e hijo.
Quizás, el verdadero origen de la locura de Juana, no fueran los celos, sino el amor.
Luis Arroyo
Esther Iorfida