¿A quién no le gustaría ser anónimo para, entre otras cosas, haber escrito el Lazarillo de Tormes? Tamaña obra de la literatura española mantiene aún el misterio sobre su autoría, aunque son muchas las hipótesis que historiadores y filólogos han manejado en los últimos años.

Edición del Lazarillo de Amberes
Edición de Amberes

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, título completo de la novela, sigue siendo todo  un misterio de la literatura castellana. La edición más antigua que se conoce data de 1554. Los ejemplares que aún se conservan se editaron en Burgos, Amberes, Alcalá de Henares y Medina del Campo (descubiertos en 1992 emparedados en una casa en Barcarrota, Badajoz). Esta variedad de publicaciones hace pensar que habría una edición anterior cuyo éxito impulsó la aparición de las otras cuatro, coetáneas, incluso en tierras flamencas, como demuestra la de Amberes.

Edición de 1554 de Alcalá de Henares
Edición de 1554 de Alcalá de Henares que dice ser una «segunda impresión».

La novela supuso todo un éxito en la época por su forma epistolar (toda ella es una única carta), su carácter autobiográfico y, ante todo, por su estilo, precursor de la novela picaresca española. La historia de Lázaro de Tormes, contada en primera persona,  hace un análisis irónico y despiadado de la sociedad del momento, donde aparecen retratados los vicios y actitudes hipócritas de los diferentes estamentos sociales, sobre todo de clérigos y religiosos.

La calidad del Lazarillo está más que probada, pero lo que mantiene en jaque a las Letras españolas desde hace siglos es su autoría. «Un libro no pudo salir de debajo de una piedra, ¡y menos uno tan espléndido!, de forma que alguien tuvo que escribirlo, y forzosamente fue un escritor excepcional», subrayaba Rosa Navarro, filóloga y catedrática de Literatura española de la Universidad de Barcelona, durante su lección inaugural del curso 2009-2010 del Centro Asociado de la UNED en Cuenca. En ella, Navarro defiende la autoría de Alfonso de Valdés (1490-1532), una de las teorías que más respaldo tienen, pero no la única.

La primera de estas atribuciones se haría en 1605. Apenas 50 años después de su publicación, el fraile jerónimo José de Sigüenza adjudicaba la autoría de la obra al también fraile Juan de Ortega, en cuya celda había oído que se encontró  un borrador del Lazarillo. De Ortega sería General de la Orden, circunstancia que explicaría que se ocultara su nombre, dada la crítica a ciertas costumbres del clero que se detallan en la obra. Pero justamente la imprecisión de las fuentes que informan de esta autoría al fraile pone en duda la fiabilidad de las mismas desde hace cuatro siglos.

Diego Hurtado de Mendoza
Diego Hurtado de Mendoza

 Otra de las teorías atribuye la novela a Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), ya que así figuró en el Catalogus Clarorum Hispaniae Scriptorum, redactado por el flamenco Valerio Andrés Taxandro. Precisamente en 2010 la historiadora Mercedes Agulló, quien fuera directora de los Museos Municipales de Madrid durante once años, ratifica esta tesis en su última publicación A vueltas con el autor del Lazarillo, donde explica que a lo largo de sus investigaciones durante seis décadas encontró entre los papeles de López de Velasco (encargado de la administración de la hacienda de Hurtado de Mendoza), un epígrafe en una relación de papeles que asevera: «Un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia«.  Una prueba documental que no es definitiva, pero que sirve a Agulló para desarrollar su teoría, aunque reconoce que la mención de Propaladia (1517), obra con autor conocido, Bartolomé de Torres Naharro, supone una sombra para esa hipótesis.

Otros literatos apuntan a Juan de Valdés, cuyo círculo erasmista encaja con el ambiente en el que debió gestarse el Lazarillo, o a su hermano Alfonso. A él señala, como ya comentábamos, Rosa Navarro desde 2002. La catedrática hace referencia a sus muchas investigaciones, basadas sobre todo en el cotejo de la obra con las publicaciones conocidas de Alfonso de Valdés: Diálogo de Mercurio y Carón y Diálogo de las cosas acaecidas en Roma. Navarro analizará también la obra de forma minuciosa, descubriendo aspectos que permanecen ocultos al lector común.

Alfonso de Valdés
Alfonso de Valdés

Así, esta filóloga señala que las fechas a las que se hace referencia en la obra y los datos sobre la vida cotidiana corresponden a las tres primeras décadas del siglo XVI, por lo que tuvo que escribirse hacia 1530. «Hay además en el texto claras huellas de la lectura de dos obras impresas en 1529: Reloj de príncipes de fray Antonio de Guevara, impreso en Valladolid, y el Retrato de la Lozana Andaluza, impreso en Venecia y que no circuló por España, cosa que supone que el autor del Lazarillo estaba en España a principios del año y luego se fue a Italia, como así sucedió, porque Alfonso de Valdés se embarcó en Barcelona con el Emperador y la corte a final de julio con destino a Italia«, apostilla.

La catedrática catalana hace también referencia a lo buen cortesano que parece ser el autor del Lazarillo,  dado que denomina a Carlos I como «nuestro victorioso Emperador» y que, al final de su relato, el Lazarillo subraya que lo que acaba de contar pasó cuando el Emperador entró en Toledo, el jueves 27 de abril de 1525, una fecha simbólica, pero no  de tanta relevancia histórica como la de una batalla, es decir, importante para un cortesano fiel.

Rosa Navarro no habla sólo de la autoría del Lazarillo, sino que también analiza de forma profunda la obra y llega a la conclusión de que la historia de Lázaro de Tormes debía ser mucho más que la de un pícaro que pasa hambre y va de amo en amo, ya que estuvo incluido en el primer índice de libros prohibidos por la Inquisición de 1559. En 1573 se publicaría una edición expurgada, a la que se le habían quitado dos capítulos enteros, el del fraile de la Merced y el del buldero. Tampoco tendría sentido que se encontrara una de las ediciones de 1554 emparedada en una casa de Barcarrota (Badajoz). «No es posible que un libro tan peligroso sólo encierre la autobiografía de un pícaro que pasa hambre porque, si hubiera sido así, no hubiera dormido siglos protegido de las malas artes de los hombres por una pared.  Nunca se prohibió el Guzmán de Alfarache, y ese libro sí fue conocido como El Pícaro desde el principio, porque su mismo autor, Mateo Alemán llama así al personaje: “nuestro pícaro”, subraya la filóloga.

Rosa Navarro
La catedrática Rosa Navarro

La hipótesis de Navarro va mucho más allá y sostiene que «alguien debió de quitar el argumento o guía de lectura de la obra, que figuraría entre el prólogo y su comienzo». La investigadora asegura que la construcción del Lazarillo consiste en «la petición de información de una dama sobre la conducta de su confesor, el arcipreste de San Salvador, porque le han llegado rumores de que en Toledo, donde vive, tiene una manceba». Manceba que sería la esposa de Lázaro de Tormes, a la sazón pregonero de la ciudad, de ahí el temor de esta dama porque sus secretos de confesión acabaran siendo de dominio público.

Un bello análisis de la primera gran obra de la literatura española que estudia no sólo la forma y el contenido de la obra, si no su contexto, para dar más sentido aún si cabe a los hechos que cuenta el Lazarillo. Rosa Navarro asegura incluso que la primera publicación de la novela debió ver la luz en Italia (circunstancia también necesaria para atribuirle la autoría a Alfonso de Valdés), mucho antes de 1554, fecha de las ediciones más antiguas que conocemos, ya que en 1542 se publica en Sevilla el Baldo, con una adaptación y ampliación de un poema italiano, y  claras huellas de influencia del Lazarillo, según la autora, que presupone que alguien habría llevado el ejemplar a España tras arrancar el folio de guía de lectura, entre el prólogo y el comienzo del libro, por su «peligro». La reimpresión en nuestro país se realizaría antes de 1548, porque la Representación de la parábola de san Mateo de Sebastián de Horozco, estrenada ese año, parece indicar que el autor había leído el Lazarillo.

Teorías e hipótesis que siguen ocupando a los filólogos españoles casi cinco siglos después de la aparición de la primera gran novela española. Menos mal que a Miguel de Cervantes le dio por firmar El Quijote.

Esther Iorfida

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