Cuenta la leyenda que hace muchos años, un campesino, allá en Judea, tenía una mula y un buey muy viejos y enfermos, y como no le servían ya para nada, con todo el dolor de su corazón, decidió sacrificarlos.
Una noche, antes de que su dueño pusiera en práctica su triste decisión, los animales, estaban descansando en su establo; pasada la medianoche, de repente, un viento extraño los empujó y una mano invisible los llevó por un sendero. La mula y el buey se preguntaban qué podían querer de ellos, que apenas si tenían fuerzas para moverse. Llegaron entonces a otro establo, donde un Niño recién nacido estaba recostado en un pesebre, mientras sus padres intentaban calentarlo inútilmente. Entonces los animales se estremecieron de emoción y entendieron que su misión era calentar a aquel hermoso Niño. Se acercaron a él y así lo hicieron: el Niño les sonrió y acercó la manita para acariciarlos.
La mula y el buey volvieron a casa alegres y reconfortados, y algo más: su amo no podía creer lo que veían sus ojos: ¡sus animales habían recuperado el vigor de su lejana juventud! Que conservaron durante todos los años que siguieron trabajando para él, sin que nadie pudiera explicarse semejante transformación.
En diciembre de 2012, tras la publicación del libro “La infancia de Jesús” de Benedicto XVI, muchos medios se hicieron eco de una pseudonoticia según la cual el Papa se habría pronunciado en contra de que estos dos animales aparecieran en los belenes. Muchos lo creyeron, sin molestarse en leerse el libro, y abundaron titulares como “El buey y la mula en el paro” o “El buey y la mula, los impostores del belén”. Pero nada más lejos de la realidad.
Benedicto nos dice en su libro que el pesebre nos hace pensar en los animales, y que aunque en el Evangelio no se mencionan ni la mula ni el buey, la tradición cristiana acudió muy pronto al profeta Isaías, que venía a decir que estos animales reconocen su establo y a su amo, mientras que los hombres están más perdidos que la famosa aguja de aquel pajar. De hecho, en la primera representación gráfica del nacimiento que se conoce, que data del siglo IV y se encuentra en la catacumba de San Sebastián, en Roma, ya aparecen junto al Niño estos entrañables animales.
Cierto es que al principio la pareja la formaban un buey y un asno, pero la mula acabó imponiéndose y surgió otra leyenda, según la cual el buey fue el único que dio calor al Niño mientras la mula se dedicaba a comerse la paja del pesebre, por lo que fue castigada sin descendencia por los siglos de los siglos.
Se ha dicho que en realidad representan a todos los hombres de la Tierra, judíos y gentiles. Otros afirman que son imágenes proféticas, que nos enseñan a contemplar el Misterio del nacimiento del Niño Dios. En todo caso, la mula y el buey desempeñan un papel mucho más importante de lo que se sospechaba y la falsa polémica acerca de lo que había dicho el Papa en su libro los ha puesto de moda. ¡Seguro que nadie se olvida de colocarlos esta Navidad en su belén!